jueves, 25 de septiembre de 2014

Gracias...

Las gotas de lluvia golpeaban mi cara, el caminar por ese campo abierto, se había tornado una mala idea. El viento era cada vez más fuerte, y mis piernas estaban cada vez mas cansadas. La noche ya había alcanzado su punto máximo, la luna estaba llena y justo arriba mío, y yo, ahora parado, quieto, miraba entre la espesa cortina de agua. El viento no paraba de recordarme que seguía presente. Ya sin fuerzas, me senté arriba de una piedra que logre diferenciar. Mis pensamientos nunca se habían sentido más libres, más tranquilos. Nunca había tenido tanto tiempo para pensar. Nunca había tenido tanta facilidad de pensamiento. En ese momento, una lagrima cayo y rodo lentamente por mi mejilla, pero no la pude diferenciar en mi cara, la lluvia se la había llevado. La piedra se torno incomoda, decidí arrodillarme en el piso. Mis manos, con furia, golpearon el triste suelo, azotado por la tormenta. Tanto pensar, me estaba corrompiendo. Corro desesperado bajo un árbol que había alcanzado a ver en alguna parte, solo rogando de poder orientarme en esta catarata constante. Nunca lo encontré. Comencé a correr desesperado bajo la lluvia, bajo ese manto gris. Las gotas cada vez más fuertes me golpeaban. Empecé a gritar, alterado, como si eso fuera a salvarme. El viento me movía de un lado para otro, él me direccionaba. Mi esfuerzo no era suficiente como para poder escapar de este clima atroz. ¿Quién me había mandado a meterme ahí? Caí desplomado. Las gotas, sin piedad, terminaban el trabajo. Mis ojos, aun abiertos, lograban apreciar el paisaje. Alcanzaban a apreciar el brillo del pasto mojado, el gris del panorama que era pintado tenazmente por las gotas crueles, relámpagos alejados y fuertes. Poco a poco, el sueño me iba carcomiendo…
Las nubes formaban un espiral. La lluvia paró. Rayos caían por doquier. El ambiente se tornaba visible. Yo, seguía con los ojos cerrados, reposaba, poco a poco, iba abriéndolos. El lugar comenzó a tomar un olor putrefacto. El viento, con fuerza, hacia crujir las ramas de los arboles podridos de mi alrededor. Desperté de golpe, asustado, lo único que alcance a hacer fue rodar y sentarme rápido debajo de una estatua vieja. Los rayos comenzaron a darle a los arboles, que sin sentido, comenzaron a arder, a pesar de estar mojados. Pronto me vi rodeado de llamas ardientes. Me levante, y corrí. El camino parecía interminable. Sentía que daba vueltas. El fuego cada vez me iba encerrando más y más. Los arboles caían y me cortaban el camino. Aterrado, saltaba de lado a lado, esperando que algo sirviera de algo. El viento, cruel, avivaba las flamas cercanas. Cuando no veía salida, ni esperanza alguna, sentí una mano fría en mi hombro. El fuego se disipo, el viento paro, los rayos dejaron de caer, una llovizna ligera comenzó. Me di vuelta, para poder ver de quien era esa mano, pero no vi a nadie. Mire al cielo, dije una simple palabra y me arrodille en la piedra en la cual antes me había sentado. Deje una flor que traía en mi bolsillo. Volví a repetir esa palabra. Le deje un beso. Y me fui, con las manos en los bolsillos, deseando nunca volver, pero sabiendo que eso era inevitable… 

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