Todavía recuerdo su
mirada penetrante. Esos ojos que nunca se van a ir de mi mente. En la oscuridad
era donde más dolían. En su oscuridad.
Esa noche estábamos los
dos juntos en la habitación, sentados lado a lado. Las luces estaban apagadas y
solo entraba la luz blanca de la calle por las inmensas ventanas. No dijo una
palabra. Solo miraba con esos ojos penetrantes. Miraba a la nada, eso era lo
que más miedo daba.
El hecho de que su
mirada sea tan fuerte, aterraba. Trate de acercarme, pero algo me retenía donde
estaba. Sentía que sin mirarme, me veía. Cada movimiento que llegase a hacer
estaba en su cabeza.
-Me das miedo. –Dije.
Se detuvo un
instante y miró alrededor.
-¿Por qué? –Respondió,
sin dejar de ver la habitación.
-Tu mirada me
aterra.
-Es igual a la tuya.
–Murmuró.
-No, no lo es.
-Que no quieras que
sea así, no significa que deje de serlo.
-¡Basta!
-Sabes que nunca te haría
nada malo. –Me miró.
-¿Entonces por qué
miras así?
-Porque es la única mirada
que tengo.
-Nunca la había visto
antes. –Con miedo.
-Nunca fue
necesaria.
-¿A qué se debe que
ahora si lo sea? –Pregunté
-Porque sufriste
mucho. –Cerró los ojos y agachó la cabeza.
-Estoy bien. Esto no
hace falta. –Apoyé mi mano en su hombro.
-Callate. –Murmuró entre
dientes.
-Nunca vas a
perdonarme si me voy. –Triste.
-Nunca vas a
perdonarme si yo me voy. Tu bondad te hace vulnerable.
-Pero es quien soy. –Agaché
la cabeza.
-No, es quien somos.
Y ahora me toca a mí.
-No me olvides.
Quiero algún día volver. –Mezclándome en la oscuridad de la habitación hasta
desaparecer.
-Nunca. Ya no más. –Se
paró y dejó caer el cuerpo sin vida que tenía en sus brazos.
Una lágrima cayó
lentamente por su mejilla, levantó la cabeza y dirigió su mirada aterradora a
la salida. “Ya no más.” Suspiró.