lunes, 17 de agosto de 2015

Maniático...

Mírame a los ojos y decime lo que sentís. Tal vez sientas incertidumbre, tal vez veas algo en mí. Tal vez no lo podes describir. Te observo fijamente, directo a tu mirada perdida. Agarro el cigarrillo que esta reposando en el cenicero, lo llevo lentamente a mis labios. Aspiro con fuerza y me miras con rareza, queriendo decir algo, pero es obvio que no te animas. Te tiro el humo a la cara y tan solo pestañeas con rapidez. ¿Pensás que no sé lo que viniste a hacer? Te conozco a la perfección. Durante un largo rato tan solo nos miramos, diciéndonos todo lo que queremos escuchar tan solo con los ojos. Te acomodas cada tanto, buscando una posición más intimidante tal vez. No encontrás la comodidad, no sabes que haces ahí. Te preguntas que viniste a hacer.
-Lo que sea que viniste a decir o a buscar… no va a tener sentido.
Una vez pronunciadas estas palabras, su mirada cambio. Una extraña tristeza invadió su rostro. Supongo que ya sabía que algo así iba a pasar, pero guardaba la esperanza de que así no fuese. Se levanto y se dirigió hacia la puerta.
-¿Qué? ¿Tan rápido te rendís?
Me miro por encima del hombro. Suspiro con melancolía.
-¿Te duele ver en que me convertí? ¿Te duele saber que esto es fruto tuyo?
Por alguna extraña razón, no podía parar de atormentar con preguntas. Supongo que fue la suma de las veces que me quede callado. Si había o existía un momento para explotar, era ese. Y quería aprovecharlo.
-Siempre fuiste un dolor de cabeza. Siempre soportándote. Pero cuando te toco a vos ocupar ese rol… el rol de ser quien soporta. Nunca estuviste a la altura.
En una parte de mi, sentía que eso era demasiado. Pero otra parte, me pedía que diga más y más cosas. Que atormente todo lo que pueda.
-Te duele verme psicopatear. Te duele verme verte por dentro, sin filtro alguno. Que te haga preguntas que te duelen. Te duele verme la frialdad y la forma de calcular a flor de piel. ¿Qué tan tortuoso te resulta esto?
No pude evitar esbozar una sonrisa. ¿Me estaba volviendo loco? ¿Acaso me enfermo a tal punto de perder la cordura?
-Por alguna extraña razón… esto me resulta divertido. Me entretengo de una forma que nunca antes lo había hecho… y siento que podría seguir haciendo esto por horas.
Se dio vuelta, y sus ojos estaban cristalinos. Llorosos. Me veía con lastima. Qué triste es su vida… no hay lastima alguna que tenerme. Al fin puedo expresarme.
-Así que a esto le tenías miedo. –Le dije con sobra.
-¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste? –Me dijo triste, ya sin poder contener el llanto.
-No me fui… -No podía evitar decírselo con lastima.
-Deja de psicopatear. –Imploraba.
-No es de psicópata, es de sociópata. Y esto es lo que soy. ¿Te aterra? ¿Te da miedo? Lástima, es en lo que me convertí y fuiste participe de ello. –Me levante y fui acercándome lentamente para decirle las últimas palabras lo más cerca posible.
Y se fue. Llorando. Para nunca más volver.