lunes, 6 de junio de 2016

Ya no más.

Todavía recuerdo su mirada penetrante. Esos ojos que nunca se van a ir de mi mente. En la oscuridad era donde más dolían. En su oscuridad.
Esa noche estábamos los dos juntos en la habitación, sentados lado a lado. Las luces estaban apagadas y solo entraba la luz blanca de la calle por las inmensas ventanas. No dijo una palabra. Solo miraba con esos ojos penetrantes. Miraba a la nada, eso era lo que más miedo daba.
El hecho de que su mirada sea tan fuerte, aterraba. Trate de acercarme, pero algo me retenía donde estaba. Sentía que sin mirarme, me veía. Cada movimiento que llegase a hacer estaba en su cabeza.
-Me das miedo. –Dije.
Se detuvo un instante y miró alrededor.
-¿Por qué? –Respondió, sin dejar de ver la habitación.
-Tu mirada me aterra.
-Es igual a la tuya. –Murmuró.
-No, no lo es.
-Que no quieras que sea así, no significa que deje de serlo.
-¡Basta!
-Sabes que nunca te haría nada malo. –Me miró.
-¿Entonces por qué miras así?
-Porque es la única mirada que tengo.
-Nunca la había visto antes. –Con miedo.
-Nunca fue necesaria.
-¿A qué se debe que ahora si lo sea? –Pregunté
-Porque sufriste mucho. –Cerró los ojos y agachó la cabeza.
-Estoy bien. Esto no hace falta. –Apoyé mi mano en su hombro.
-Callate. –Murmuró entre dientes.
-Nunca vas a perdonarme si me voy. –Triste.
-Nunca vas a perdonarme si yo me voy. Tu bondad te hace vulnerable.
-Pero es quien soy. –Agaché la cabeza.
-No, es quien somos. Y ahora me toca a mí.
-No me olvides. Quiero algún día volver. –Mezclándome en la oscuridad de la habitación hasta desaparecer.
-Nunca. Ya no más. –Se paró y dejó caer el cuerpo sin vida que tenía en sus brazos.

Una lágrima cayó lentamente por su mejilla, levantó la cabeza y dirigió su mirada aterradora a la salida. “Ya no más.” Suspiró.