Un
hombre de traje negro, oscuro. Oculto entre la multitud.
Pasando
desapercibido ante los ojos de todos. Siendo observado.
Paseando
de lado a lado. Ignorando todo y a todos.
Lleva
una mirada ausente, una mirada triste.
Es
un día de sol, de sol intenso.
Le
cuesta alzar la vista. Le cuesta levantar la cara.
Pasean
cerca de él. Personas conocidas, personas amigas.
Le
hablan, una y mil veces, pero él no las escucha.
Se
sienta y mira. Mira a todos esos, ahí parados.
Se
hace preguntas. Se responde otras.
Los
odia. Los quiere. Los ama.
No
sabe que sentir, pero sabe que no quiere sentirse triste.
Le
toca hablar a él. Habla. Les habla a todos.
Lo
escuchan con atención. Se acercan y lo abrazan.
Él
no siente nada. Ya no siente.
Pasa
desapercibido entre todos, siendo eso imposible.
Se
acerca a ese cajón abierto. Mira en su interior.
Acerca
su mano al rostro del niño adentro y susurra “Un padre no debería acudir al
velorio de su hijo”.