La
miraba fijamente, la estaba observando desde hace días. Todo lo que hacía era
pararse en ese risco y mirar hacia el mar. Todos los días, a la misma hora, sin
importar si llovía o el calor calcinaba, lo único que hacía era observar. Ella
era mi amor de la infancia. La única que alguna vez pude amar. La ame por su
luz, su espíritu. Siempre fue muy audaz y valiente, al más débil nunca dudaba
en ayudarlo. Nunca dudo en ayudarme. Pero ahora no era lo mismo, ahora estaba
tan apagada, tan triste. Sentía en mi interior que era mi deber ayudarla, pero
no me animaba a acercarme. Tal vez, lo único que hacía era molestarla.
Por
las noches en mi cama, acostado mirando el techo, sin poder dormir, me
imaginaba a mí al lado de ella, mirando el horizonte, sin hacer nada más que
eso. Tal vez abrazarla. Taparla con alguna manta, mimarla, o mirarla… algo. Y
miraba al techo como ella miraba el mar. Con angustia y vacio. O al menos, eso
sentía.
Su
familia no sabía que mas hacer. Hace ya tres meses que no se sabía nada de él.
Ese hombre que era todo para ella. Ese hombre que yo siempre quise ser. Fuerte,
valiente, hozado. Todo lo que una mujer querría en un hombre, él lo tenía. No
habían tenido hijos, ni uno, estaban esperando a que termine su participación
en la marina para poder concretar algo relacionado a una familia. Todavía no se
habían casado.
Yo
seguía mirándola todos los días. Recordando mi infancia junto a ella. Las veces
en que pude haberle confesado cuanto la quería. Las veces en las que pude
haberla abrazado. Todavía imagino acercándola a mi pecho, susurrándole al oído,
y acariciándole el pelo. Todavía me imagino feliz junto a ella. Creo que
internamente, quiero que él no vuelva. Pero eso a ella la haría infeliz, y
nunca quisiera eso para ella.
No
hace más que mirar. Así que me decidí acercarme. Me pare junto a ella,
sintiendo que las miradas de la casa atrás nuestro me susurraban la nuca. La
lluvia era leve, pero aun así lleve mi paraguas y se lo compartí. La mire
esperando ver que ella me mirase. Esperando que ella me vea y me sonría, que
tontamente me abrace o algo. Pero nada la hacía perder la vista del horizonte.
Decidí hablarle, tal vez contarle de algún recuerdo que la haga reír, pero ni
mi mayor intento cambio en algo su rostro. Nunca esbozo una sonrisa, nunca un
suspiro. Ya no sabía qué hacer. Me pare delante de ella, y le dije lo que
siempre sentí por ella. No me aguante, necesitaba ver que hiciera algo. Ella
cerró los ojos, soltó una lágrima y volvió a su casa, ignorándome. Ignorándome
completamente.
Esa
noche fue la más triste de mi vida. Me quede toda la noche pegado al vidrio,
observando su casa. Esperando que salga y venga corriendo hacia mí. Un sueño de
niño. No aguante el llanto, y me consumía por dentro el dolor. No había forma
de demostrar tal frustración. Pero todo se congelo por cinco minutos. Minutos
en los cuales la vi salir de su casa corriendo. Si, estaba corriendo tras tanto
tiempo. Su familia gritándole detrás. Corriéndola. Ella gritaba. Corría a toda
velocidad. No creía lo que veía. Trastabillando, tropezando, resbalándose…
corría sin detenerse. Me ilusione con que ella había vuelto. Que tonto fui, era
tan predecible. Cuando la vi caer por el risco… mi mente se quedo en blanco. Mi
alma se apago. Nunca volví a ser yo. Cuando ella cayo, se llevo todo lo que yo
era con ella. Ahora soy yo quien mira por el risco, esperando que ella suba.
Esperando verla intentando levantarse, y darle la mano. Ayudarla a subir. Y
abrazarla. Tenerla junto a mi pecho como siempre soñé.