martes, 1 de diciembre de 2015

Un hombre de traje negro.

Un hombre de traje negro, oscuro. Oculto entre la multitud.

Pasando desapercibido ante los ojos de todos. Siendo observado.

Paseando de lado a lado. Ignorando todo y a todos.

Lleva una mirada ausente, una mirada triste.

Es un día de sol, de sol intenso.

Le cuesta alzar la vista. Le cuesta levantar la cara.

Pasean cerca de él. Personas conocidas, personas amigas.

Le hablan, una y mil veces, pero él no las escucha.

Se sienta y mira. Mira a todos esos, ahí parados.

Se hace preguntas. Se responde otras.

Los odia. Los quiere. Los ama.

No sabe que sentir, pero sabe que no quiere sentirse triste.

Le toca hablar a él. Habla. Les habla a todos.

Lo escuchan con atención. Se acercan y lo abrazan.

Él no siente nada. Ya no siente.

Pasa desapercibido entre todos, siendo eso imposible.

Se acerca a ese cajón abierto. Mira en su interior.


Acerca su mano al rostro del niño adentro y susurra “Un padre no debería acudir al velorio de su hijo”.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Ese ser

Alguna vez la sentiste cerca. Es como una brisa, un viento, una idea. La sentís, sabes que está ahí. Si la sentís y nada sucede, quedas como un loco. Un paranoico. Pero siempre está ahí. A veces con hambre, a veces no.
Si uno la siente, teme. Uno, por uno, no se preocupa. Pero si por a quien pueda agarrar. Nunca sabes a quien se va a llevar. Esperas que sea a alguien lejano. Esperas que no tenga hambre. Incluso hay personas que le ruegan llegar.

Ese ser, misteriosa por demás, puede ser recibida como una amiga o como un monstruo. Ese ser, misteriosa por demás, puede ser la salvación o la perdición. Lo único que está claro, es que es mujer.

martes, 13 de octubre de 2015

Solo es un juego

El patio estaba oscuro. Una luz intensa a lo lejos iluminaba una parte de él. Ella estaba parada en el medio del lugar, sin nada que hacer, solo miraba a su alrededor. Gire por el lugar, intentando encontrar su mirada. Me esquivaba cual niña juguetona. Alegría transmitía con su juego. Me le acerque corriendo e intente abrazarla. Cuando iba a tocarla se desvaneció. Antes de caer al suelo desconsolado, la vi de nuevo a lo lejos. Me miraba con la misma sonrisa, con la misma alegría. Corrió, quería que la siguiese. Mi cabeza decía que no, pero mis piernas comenzaron a correr detrás de ella. Era rápida, era fugaz. Hacia el intento, juro que hacia lo mejor que podía, pero no llegaba a alcanzarla. Quería resignarme, no aguantaba eso. Pero cada vez que bajaba los brazos, se me acercaba y me sonreía. Y eso me daba fuerzas para seguir un poco más. Cuando se alejaba mucho, su risa escuchaba a lo lejos, me sacaba una sonrisa del fondo de mi alma destruida. Zancadas largas intentando ganar terreno. Arrastrándome si fuese necesario. Necesitaba agarrarla, sentirla real. No toleraba su efecto efímero. Quería que, al menos, me deje alcanzarla y correr a su lado. Mujer de viento, mujer de paz; no me dejes atrás. Antes de rendirme, se me acerco y al oído me dijo: “Nunca te voy a dejar, solo si prometes nunca dejar de jugar.”

viernes, 11 de septiembre de 2015

El mejor consejo que te puedo dar es no terminar de leer esta historia.

“El mejor consejo que te puedo dar es no terminar de leer esta historia.”

Desde que tengo uso de la razón me siento observado. Todo el tiempo. Antes creía que era porque mi padre era igual. Él siempre miraba para todos lados. No recuerdo un solo paseo con él en el cual no parase de mirar con miedo a los costados. Mi madre me decía que no me preocupara, que él solo era paranoico. El día de su muerte no llore, sentí alivio por él. Ya no miraría para todos lados con miedo, ahora por fin descansaría en paz. Era hijo único, por lo tanto mi madre ahora no iba a dejarme solo. Se volvió sobreprotectora. Supuse en su momento que esa era su forma de reaccionar a la muerte de mi padre. Al tiempo me di cuenta que ella se había vuelto como él. Me llevaba con ella a todos lados, sin soltarme la mano, mirándome siempre. Sus ojos mostraban los mismos sentimientos que mi padre dejo grabados en mi retina. Por un momento, a esa edad tan temprana, logre asociar a uno con el otro. Supuse que era una enfermedad que se transmitió en algún momento después de la muerte de él. Mi madre nunca dejo de ir a visitarlo a su tumba, pero me alejaba un poco para que no escuchase cuando le hablaba a él. Sin embargo, no dejaba de mirarme cada minuto. Cuando ella murió, me entere lo que sentían. Empecé a sentir que alguien me observaba. Que alguien me seguía. Incluso, que alguien me hablaba.
Lejos de entrar en pánico, aun con el dolor de un fallecimiento tan cercano, decidí seguir con la búsqueda que mi madre había empezado. Todo lo que llego a averiguar sobre esta cuestión. Pero a medida que me iba adentrando en el tema, más presionado por estas miradas me sentía. Cada tanto corría, a toda velocidad, así sentía por un segundo que me dejaban de seguir. Como si yo fuese más rápido que ellos. Pero siempre supe que no iba a poder correr para siempre. Iba a la tumba de ellos, les hablaba, les preguntaba. Les lloraba.
Un día cualquiera, en el trabajo, un hombre se me acerco. Me decía que él antes también sufría lo que yo sufría. Lejos quedo en mi cabeza la idea de preguntarle cómo es que se dio cuenta. Supuse que el hecho de mi inseguridad en mi mirada se notaba. Me hablo de un viejo secreto, que solo tenía que ir a buscar cómo es que mi padre se contagio de eso y destruirlo. Me dijo que en su caso, su abuelo había leído una carta. Me contó de que en caso de que existiese una, no la leyese, solo la quemase.

Fui corriendo a mi casa. Busque por todos lados. Baúles, muebles viejos, sótano y ático. Al final lo encontré en un viejo saco que mi padre guardaba debajo de su cama. También era una carta. No pude contenerme y la leí. La leí una y mil veces. Quería saber de que se tratase. Pero solo era una historia. Una historia de un chico que se sentía observado. Lamentándose de leer una historia que nunca debió de haber leído. 

lunes, 17 de agosto de 2015

Maniático...

Mírame a los ojos y decime lo que sentís. Tal vez sientas incertidumbre, tal vez veas algo en mí. Tal vez no lo podes describir. Te observo fijamente, directo a tu mirada perdida. Agarro el cigarrillo que esta reposando en el cenicero, lo llevo lentamente a mis labios. Aspiro con fuerza y me miras con rareza, queriendo decir algo, pero es obvio que no te animas. Te tiro el humo a la cara y tan solo pestañeas con rapidez. ¿Pensás que no sé lo que viniste a hacer? Te conozco a la perfección. Durante un largo rato tan solo nos miramos, diciéndonos todo lo que queremos escuchar tan solo con los ojos. Te acomodas cada tanto, buscando una posición más intimidante tal vez. No encontrás la comodidad, no sabes que haces ahí. Te preguntas que viniste a hacer.
-Lo que sea que viniste a decir o a buscar… no va a tener sentido.
Una vez pronunciadas estas palabras, su mirada cambio. Una extraña tristeza invadió su rostro. Supongo que ya sabía que algo así iba a pasar, pero guardaba la esperanza de que así no fuese. Se levanto y se dirigió hacia la puerta.
-¿Qué? ¿Tan rápido te rendís?
Me miro por encima del hombro. Suspiro con melancolía.
-¿Te duele ver en que me convertí? ¿Te duele saber que esto es fruto tuyo?
Por alguna extraña razón, no podía parar de atormentar con preguntas. Supongo que fue la suma de las veces que me quede callado. Si había o existía un momento para explotar, era ese. Y quería aprovecharlo.
-Siempre fuiste un dolor de cabeza. Siempre soportándote. Pero cuando te toco a vos ocupar ese rol… el rol de ser quien soporta. Nunca estuviste a la altura.
En una parte de mi, sentía que eso era demasiado. Pero otra parte, me pedía que diga más y más cosas. Que atormente todo lo que pueda.
-Te duele verme psicopatear. Te duele verme verte por dentro, sin filtro alguno. Que te haga preguntas que te duelen. Te duele verme la frialdad y la forma de calcular a flor de piel. ¿Qué tan tortuoso te resulta esto?
No pude evitar esbozar una sonrisa. ¿Me estaba volviendo loco? ¿Acaso me enfermo a tal punto de perder la cordura?
-Por alguna extraña razón… esto me resulta divertido. Me entretengo de una forma que nunca antes lo había hecho… y siento que podría seguir haciendo esto por horas.
Se dio vuelta, y sus ojos estaban cristalinos. Llorosos. Me veía con lastima. Qué triste es su vida… no hay lastima alguna que tenerme. Al fin puedo expresarme.
-Así que a esto le tenías miedo. –Le dije con sobra.
-¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste? –Me dijo triste, ya sin poder contener el llanto.
-No me fui… -No podía evitar decírselo con lastima.
-Deja de psicopatear. –Imploraba.
-No es de psicópata, es de sociópata. Y esto es lo que soy. ¿Te aterra? ¿Te da miedo? Lástima, es en lo que me convertí y fuiste participe de ello. –Me levante y fui acercándome lentamente para decirle las últimas palabras lo más cerca posible.
Y se fue. Llorando. Para nunca más volver.

miércoles, 17 de junio de 2015

No llores mi niña.

Durante horas estaba parada. Mirándose al espejo. En la habitación, sola. La casa completamente vacía de otra vida, solo ella. ¿Qué pasara por su mente? Parada en silencio. Ni el más mínimo murmullo. Solo pensamientos. ¿Se mira? ¿O se quedo mirando un punto fijo? ¿Cuál es el origen de esa acción? ¿Qué la causo? ¿Quién le hizo semejante cosa para que este así?
Luego de horas de observar me decido por acercarme. Le hablo al oído. Palabras dulces. Cierra los ojos y agacha la cabeza. Deja salir un pequeño sollozo. La abrazo por la espalda. Se acurruca. Se deja caer en su cama, boca abajo. Trato de acercarme, que entienda que me preocupo por ella. No quiero que este así.
Me siento en un sillón de la habitación, desde donde podía mirarla. Ella se da vuelta y se acuesta en la cama. Se tapa. El frio no la deja tranquila. Me arrimo, pero ella se da vuelta y apunta su vista hacia mí. Fijamente. Intimidado, me vuelvo a sentar.
Le pregunto. No responde. “Me gustaría saber al menos que te pasa” le digo. “Saber que te causa esto”. Ni la más mínima reacción de su parte.
Me paro, enojado. Me acerco corriendo y le suplico que me diga. No puedo tolerar verla así. Se quiebra en llanto. El llanto más grande me escuche en mi vida. Lloro a su lado.
¿Qué hacer cuando tu amor llora? ¿Cómo reaccionar? Obviamente, no querés verla mal, pero que es lo que tenés que hacer después de haber preguntado todo, y no tener respuesta alguna, es una incógnita. Intentar abrazarla, acercarte, que sienta que estas ahí… siento que no es suficiente. Me siento al lado de ella, en el piso, al costado de la cama. Cierro los ojos y siento que me rasca la cabeza. Al darme vuelta la veo en la misma posición que antes. Me paro y le pido que me haga un lugar en la cama. Ella me ignora. Llora. Sigue llorando. Me acerco a la ventana, a mirar, algo que me relaje. Le digo que ya vuelvo. Me voy a recorrer la casa, tranquilo. Despejarme, una idea, eso buscaba.
La casa estaba vacía. Había un aire extraño a soledad. Parecía deshabitada. Las luces apagadas, todas y cada una. Un mate frio en la mesa, abandonado. En otra habitación escucho un televisor en las noticias, a volumen bajo. Nada interesante, tal vez las noticias. Alguien dejo de hacer cosas para ir a llorar. La razón no la sé.
A lo lejos, en la puerta, veo una carta abierta tirada en el piso. Me acerco y la leo. Decía mi nombre, mi apellido. “Desaparecido en combate”.
Abro los ojos un segundo, veo la cara de ese mal nacido apuntándome con el arma. Riendo. Siento el hierro en todo mi cuerpo. Me dolían los huesos. Ni una lágrima logro salir de mi ojo sangrante antes de que me dieran el golpe de gracia.

jueves, 11 de junio de 2015

Imaginemos

Imaginemos una pesadilla que jamás termina.
Estar encerrado en una habitación.
Con frio.
Sin luz.
Caminando de un lugar a otro, sin lograr ubicar nunca la salida o algo semejante.
Recorriendo con las manos, a oscuras, intentando encontrar algo conocido.
Sin poder ver ni tus manos.
Saber que estas ahí por algo, sin saber el por qué.
Temblando, sabes que viene a por vos.
Ya sin voz de tanto gritar.
Ya sin aliento.
Imagina estar en la esquina de la habitación, y sentir el lugar cada vez más chico.
Que las paredes se acercan, te sacan, de a poco, el oxigeno.
Tus únicos amigos son tus pensamientos.
Lo único que escuchas es tu mente torturándote.
Preguntas.
No paras de hacerte preguntas.
Ya no querés seguir llorando.
Ya no sabes que hacer.
“Lo último que se pierde es la esperanza.”
Ya la perdiste.
Sabes que vas a morir ahí.
Una habitación vacía.
Un lugar completamente cerrado.
Sin luz.
Sin aire.
Cada vez pasan más horas.
Cada hora la sentís como un año.
Estas cansado de dormir.
Estas cansado de pensar.
Estas cansado de vivir.
Tus manos rotas de tanto golpear las paredes.
Estas flaco.
No comes hace días.
Tenés hambre.
Sentís como tus órganos se van comiendo entre sí.
Tus fuerzas disminuyen minuto a minuto.
Te arrastras.
Y cuando menos te lo esperas, alguien entra.
Enciende una luz tenue.
Te ciega.
Se acerca sin decir nada.
Y así se queda.
Mirándote.
Fijamente.
Sonríe.
Se ríe.
Y se queda ahí.
Mirándote.
Por horas.
No sabes que hacer.
Preguntas.
Le haces estas preguntas que tanto pensaste.
No te responde.
Solo te mira.
Te acercas.
Intentas tocarlo.
Querés que sea real aunque sea.
Se aleja.
Se ríe.
Se va.
La luz se apaga.
Cerras los ojos.
Y volver a empezar de la misma forma.
¿No es esa la peor tortura?
Ya a la tercera vez que se repite, solo esperas por el momento en que entre.
Quieras o no, es tu único amigo.
El único que se acerca en ese momento.
Siempre esperas que algún día te hable.
Lo único que te haría sentir mejor en esas repeticiones es que te diga una sola palabra.
Esa sería tu mayor felicidad.
Perder la cordura.
Perderlo todo.
No una.
No dos.
Infinitas veces.
Cada vez querés morir más rápido.
¿Algún día terminará?

martes, 5 de mayo de 2015

Manipulación

¿Está mal tener un don y no usarlo? ¿Y si ese don, cada vez que lo usemos, mata una parte de nosotros mismos? ¿Sigue estando mal que no lo usemos? ¿Habría que usarlos solo en caso de emergencia?
Si te dijera que sabía lo que iba a pasar, ¿me creerías? Que cada cosa que paso, la manipule para que así fuese… por que en la situación en la que estábamos era inevitable el final que ocurrió.
Mentiría si te dijera que no sabía dónde me metía. Mentiría si dijera que no dolió como quedaron las cosas. Mentiría si dijera que no lo hice por vos más que nada, ya que estando tan mal, y vos tan frágil y con ese sentido de culpa latente, solo me quedaba autodestruirme. Es verdad, era la salida fácil, pero la más razonable para ambos. Lo haría de nuevo, alejarme por mí cuenta, enfrentar solo mi dolor, dejarte vivir, ser feliz. Cometí muchos errores, de los cuales me arrepiento de muchos, pero de otros no, pues no los considero tales. De todo se aprende, de todo se tiene que sacar un conocimiento, y considero de algunas personas me enseñaron y me volvieron quien soy hoy. Agradezco a cada persona que me lastimo, pues la forma en que lo hicieron me dio las armas que hoy uso o la realidad de las cosas. No hay nada más duro que chocar contra la realidad, ya que uno viene entonado o ciego, y el destino siempre sabe que es lo que necesitas. “Un buen golpe de realidad siempre ayuda”, alguna vez escuche decir a alguien. Hoy lo que considero un don, muchos consideran un castigo. Yo no. Se lo que cuesta cada vez que lo uso, pero ojala supiera controlar cuando usarlo. Es un don, y un don es un don. El conocimiento y la curiosidad son mis armas para defenderme de mi mismo y de los demás.

Nunca voy a olvidarte. Todo lo que me diste. Hoy soy distinto, y tengo que aprender que el futuro es mejor que el pasado, pues esta por ser vivido. Ahora depende de mí usar las herramientas que tengo a mi beneficio o como mi castigo. Tengo un don, y el problema está en aprender a usarlo.

martes, 3 de febrero de 2015

La casa del risco

La miraba fijamente, la estaba observando desde hace días. Todo lo que hacía era pararse en ese risco y mirar hacia el mar. Todos los días, a la misma hora, sin importar si llovía o el calor calcinaba, lo único que hacía era observar. Ella era mi amor de la infancia. La única que alguna vez pude amar. La ame por su luz, su espíritu. Siempre fue muy audaz y valiente, al más débil nunca dudaba en ayudarlo. Nunca dudo en ayudarme. Pero ahora no era lo mismo, ahora estaba tan apagada, tan triste. Sentía en mi interior que era mi deber ayudarla, pero no me animaba a acercarme. Tal vez, lo único que hacía era molestarla.
Por las noches en mi cama, acostado mirando el techo, sin poder dormir, me imaginaba a mí al lado de ella, mirando el horizonte, sin hacer nada más que eso. Tal vez abrazarla. Taparla con alguna manta, mimarla, o mirarla… algo. Y miraba al techo como ella miraba el mar. Con angustia y vacio. O al menos, eso sentía.
Su familia no sabía que mas hacer. Hace ya tres meses que no se sabía nada de él. Ese hombre que era todo para ella. Ese hombre que yo siempre quise ser. Fuerte, valiente, hozado. Todo lo que una mujer querría en un hombre, él lo tenía. No habían tenido hijos, ni uno, estaban esperando a que termine su participación en la marina para poder concretar algo relacionado a una familia. Todavía no se habían casado.
Yo seguía mirándola todos los días. Recordando mi infancia junto a ella. Las veces en que pude haberle confesado cuanto la quería. Las veces en las que pude haberla abrazado. Todavía imagino acercándola a mi pecho, susurrándole al oído, y acariciándole el pelo. Todavía me imagino feliz junto a ella. Creo que internamente, quiero que él no vuelva. Pero eso a ella la haría infeliz, y nunca quisiera eso para ella.
No hace más que mirar. Así que me decidí acercarme. Me pare junto a ella, sintiendo que las miradas de la casa atrás nuestro me susurraban la nuca. La lluvia era leve, pero aun así lleve mi paraguas y se lo compartí. La mire esperando ver que ella me mirase. Esperando que ella me vea y me sonría, que tontamente me abrace o algo. Pero nada la hacía perder la vista del horizonte. Decidí hablarle, tal vez contarle de algún recuerdo que la haga reír, pero ni mi mayor intento cambio en algo su rostro. Nunca esbozo una sonrisa, nunca un suspiro. Ya no sabía qué hacer. Me pare delante de ella, y le dije lo que siempre sentí por ella. No me aguante, necesitaba ver que hiciera algo. Ella cerró los ojos, soltó una lágrima y volvió a su casa, ignorándome. Ignorándome completamente.

Esa noche fue la más triste de mi vida. Me quede toda la noche pegado al vidrio, observando su casa. Esperando que salga y venga corriendo hacia mí. Un sueño de niño. No aguante el llanto, y me consumía por dentro el dolor. No había forma de demostrar tal frustración. Pero todo se congelo por cinco minutos. Minutos en los cuales la vi salir de su casa corriendo. Si, estaba corriendo tras tanto tiempo. Su familia gritándole detrás. Corriéndola. Ella gritaba. Corría a toda velocidad. No creía lo que veía. Trastabillando, tropezando, resbalándose… corría sin detenerse. Me ilusione con que ella había vuelto. Que tonto fui, era tan predecible. Cuando la vi caer por el risco… mi mente se quedo en blanco. Mi alma se apago. Nunca volví a ser yo. Cuando ella cayo, se llevo todo lo que yo era con ella. Ahora soy yo quien mira por el risco, esperando que ella suba. Esperando verla intentando levantarse, y darle la mano. Ayudarla a subir. Y abrazarla. Tenerla junto a mi pecho como siempre soñé.