miércoles, 17 de junio de 2015

No llores mi niña.

Durante horas estaba parada. Mirándose al espejo. En la habitación, sola. La casa completamente vacía de otra vida, solo ella. ¿Qué pasara por su mente? Parada en silencio. Ni el más mínimo murmullo. Solo pensamientos. ¿Se mira? ¿O se quedo mirando un punto fijo? ¿Cuál es el origen de esa acción? ¿Qué la causo? ¿Quién le hizo semejante cosa para que este así?
Luego de horas de observar me decido por acercarme. Le hablo al oído. Palabras dulces. Cierra los ojos y agacha la cabeza. Deja salir un pequeño sollozo. La abrazo por la espalda. Se acurruca. Se deja caer en su cama, boca abajo. Trato de acercarme, que entienda que me preocupo por ella. No quiero que este así.
Me siento en un sillón de la habitación, desde donde podía mirarla. Ella se da vuelta y se acuesta en la cama. Se tapa. El frio no la deja tranquila. Me arrimo, pero ella se da vuelta y apunta su vista hacia mí. Fijamente. Intimidado, me vuelvo a sentar.
Le pregunto. No responde. “Me gustaría saber al menos que te pasa” le digo. “Saber que te causa esto”. Ni la más mínima reacción de su parte.
Me paro, enojado. Me acerco corriendo y le suplico que me diga. No puedo tolerar verla así. Se quiebra en llanto. El llanto más grande me escuche en mi vida. Lloro a su lado.
¿Qué hacer cuando tu amor llora? ¿Cómo reaccionar? Obviamente, no querés verla mal, pero que es lo que tenés que hacer después de haber preguntado todo, y no tener respuesta alguna, es una incógnita. Intentar abrazarla, acercarte, que sienta que estas ahí… siento que no es suficiente. Me siento al lado de ella, en el piso, al costado de la cama. Cierro los ojos y siento que me rasca la cabeza. Al darme vuelta la veo en la misma posición que antes. Me paro y le pido que me haga un lugar en la cama. Ella me ignora. Llora. Sigue llorando. Me acerco a la ventana, a mirar, algo que me relaje. Le digo que ya vuelvo. Me voy a recorrer la casa, tranquilo. Despejarme, una idea, eso buscaba.
La casa estaba vacía. Había un aire extraño a soledad. Parecía deshabitada. Las luces apagadas, todas y cada una. Un mate frio en la mesa, abandonado. En otra habitación escucho un televisor en las noticias, a volumen bajo. Nada interesante, tal vez las noticias. Alguien dejo de hacer cosas para ir a llorar. La razón no la sé.
A lo lejos, en la puerta, veo una carta abierta tirada en el piso. Me acerco y la leo. Decía mi nombre, mi apellido. “Desaparecido en combate”.
Abro los ojos un segundo, veo la cara de ese mal nacido apuntándome con el arma. Riendo. Siento el hierro en todo mi cuerpo. Me dolían los huesos. Ni una lágrima logro salir de mi ojo sangrante antes de que me dieran el golpe de gracia.

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