El patio estaba
oscuro. Una luz intensa a lo lejos iluminaba una parte de él. Ella estaba
parada en el medio del lugar, sin nada que hacer, solo miraba a su alrededor.
Gire por el lugar, intentando encontrar su mirada. Me esquivaba cual niña
juguetona. Alegría transmitía con su juego. Me le acerque corriendo e intente
abrazarla. Cuando iba a tocarla se desvaneció. Antes de caer al suelo desconsolado,
la vi de nuevo a lo lejos. Me miraba con la misma sonrisa, con la misma alegría.
Corrió, quería que la siguiese. Mi cabeza decía que no, pero mis piernas
comenzaron a correr detrás de ella. Era rápida, era fugaz. Hacia el intento,
juro que hacia lo mejor que podía, pero no llegaba a alcanzarla. Quería
resignarme, no aguantaba eso. Pero cada vez que bajaba los brazos, se me
acercaba y me sonreía. Y eso me daba fuerzas para seguir un poco más. Cuando se
alejaba mucho, su risa escuchaba a lo lejos, me sacaba una sonrisa del fondo de
mi alma destruida. Zancadas largas intentando ganar terreno. Arrastrándome si
fuese necesario. Necesitaba agarrarla, sentirla real. No toleraba su efecto efímero.
Quería que, al menos, me deje alcanzarla y correr a su lado. Mujer de viento,
mujer de paz; no me dejes atrás. Antes de rendirme, se me acerco y al oído me dijo:
“Nunca te voy a dejar, solo si prometes nunca dejar de jugar.”
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