“El
mejor consejo que te puedo dar es no terminar de leer esta historia.”
Desde que tengo uso
de la razón me siento observado. Todo el tiempo. Antes creía que era porque mi
padre era igual. Él siempre miraba para todos lados. No recuerdo un solo paseo
con él en el cual no parase de mirar con miedo a los costados. Mi madre me decía
que no me preocupara, que él solo era paranoico. El día de su muerte no llore, sentí
alivio por él. Ya no miraría para todos lados con miedo, ahora por fin descansaría
en paz. Era hijo único, por lo tanto mi madre ahora no iba a dejarme solo. Se volvió
sobreprotectora. Supuse en su momento que esa era su forma de reaccionar a la
muerte de mi padre. Al tiempo me di cuenta que ella se había vuelto como él. Me
llevaba con ella a todos lados, sin soltarme la mano, mirándome siempre. Sus
ojos mostraban los mismos sentimientos que mi padre dejo grabados en mi retina.
Por un momento, a esa edad tan temprana, logre asociar a uno con el otro.
Supuse que era una enfermedad que se transmitió en algún momento después de la
muerte de él. Mi madre nunca dejo de ir a visitarlo a su tumba, pero me alejaba
un poco para que no escuchase cuando le hablaba a él. Sin embargo, no dejaba de
mirarme cada minuto. Cuando ella murió, me entere lo que sentían. Empecé a sentir
que alguien me observaba. Que alguien me seguía. Incluso, que alguien me
hablaba.
Lejos de entrar en pánico,
aun con el dolor de un fallecimiento tan cercano, decidí seguir con la búsqueda
que mi madre había empezado. Todo lo que llego a averiguar sobre esta cuestión.
Pero a medida que me iba adentrando en el tema, más presionado por estas
miradas me sentía. Cada tanto corría, a toda velocidad, así sentía por un
segundo que me dejaban de seguir. Como si yo fuese más rápido que ellos. Pero
siempre supe que no iba a poder correr para siempre. Iba a la tumba de ellos,
les hablaba, les preguntaba. Les lloraba.
Un día cualquiera,
en el trabajo, un hombre se me acerco. Me decía que él antes también sufría lo
que yo sufría. Lejos quedo en mi cabeza la idea de preguntarle cómo es que se
dio cuenta. Supuse que el hecho de mi inseguridad en mi mirada se notaba. Me hablo de un viejo secreto, que solo tenía que ir a buscar cómo es que mi padre se
contagio de eso y destruirlo. Me dijo que en su caso, su abuelo había leído una
carta. Me contó de que en caso de que existiese una, no la leyese, solo la
quemase.
Fui corriendo a mi
casa. Busque por todos lados. Baúles, muebles viejos, sótano y ático. Al final
lo encontré en un viejo saco que mi padre guardaba debajo de su cama. También
era una carta. No pude contenerme y la leí. La leí una y mil veces. Quería
saber de que se tratase. Pero solo era una historia. Una historia de un chico
que se sentía observado. Lamentándose de leer una historia que nunca debió de
haber leído.
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